martes, enero 29, 2008

Extrañas parejas

Birds of a feather flock together. Puede, pero no en el Korova. Porque quien quiera creer en el destino, en un pasatiempo divino de una con flechas, en el ying, en el yang, en toda esa mierda oriental, quizá debiera visitar el club a la hora maldita, entre las doce y las doce, no hay pérdida.

Porque nadie podría explicar el caso de Jordan Gars. Muchacho, aquella mujer te obligaba a no parpadear por miedo a no repostar en cada punto y coma de su conversación o a dejar de aspirar el rubor de sus mejillas. Era Audrey Hepburn paseando un flequillo imposible en una Vespa romana en blanco y negro. Era Rita Hayworth culpando a Mame a ritmo de unas caderas contorsionistas. Y era cada una de las mujeres que amamos y nos rechazaron. Ni agitadas ni mezcladas, sólo en perfecta comunión y armonía, la jodida cuadratura del círculo. Que aquella mujer despertara cada mañana junto a Steve Rudolph, un tipo con la catadura moral de una puñalada por la espalda y con los escrúpulos a estrenar, el trigo menos limpio de todo el East Side, evidenciaba la escasa validez de aquella teoría. Dios mío Pike, aquella injusticia hubiera podido convertir a la mitad de la población del Vaticano al nihilismo.

Porque nadie se atrevería siquiera a especular qué tren había dejado a Bradley Tripp en una estación abandonada. Tripp, un prometedor abogado capaz de cerrar tratos con la sonrisa, la mano siempre tendida y un barniz impermeable de buen tipo. Un mejor amigo pluriempleado que podría haber tomado una dirección distinta cada noche decidió girar hacia Jess Argivel, un tipo con la moral de gelatina cuyo ángel de la guarda perdió las alas en una mala mano. Incapaz de esbozar sonrisas felices, aquel fulano había fracasado cada vez que quiso ocultarse que era un fracasado.
Pero permanecían juntos, hundidos en la barra, maldisimulando sus turnos de guardia para vigilar el escote de Minnie, y con el diálogo hueco de un guión de comedia slapstick.

Los más viejos aseguran que hasta dios y el diablo quisieron volar por los aires aquella tesis popular. Lo cierto es que el diablo sigue apostado todas las noches en la puerta trasera del Korova sosteniendo el mismo cigarrillo. Lo cierto es que si dios pasó por este club, olvidó dejar tarjeta de visita.


_ No eres perfecto amigo. Y voy a ahorrarte el suspense ... la chica que conociste tampoco es perfecta. Lo único que importa es si sois perfectos como pareja.
Sean Maguire (Robin Williams) · El indomable Will Hunting

sábado, enero 05, 2008

Pike Bishop (II)


Pasaron los años y aprendí que perder una comida tiene la ventaja de abrir boca para la siguiente. Al principio, quise alejarme de mi vida anterior y comencé a trabajar en la oficina de unos grandes almacenes. No resistí mucho tiempo. En cuanto comprendí que lo más excitante que podía ocurrirme en un sitio así era infectarme la boca chupando los lápices. El jefe me lo dejó claro “muchacho, desde que llegaste tengo la sensación que las facturas acabarán contrayendo alguna enfermedad venérea. Tu sitio no puede ser éste”.
Comencé a trabajar con un viejo amigo ayudando a un corredor de apuestas con la recaudación. El primer encargo fue cobrarle al dueño de un bar. ¡Dios santo! Era uno de esos garitos en los que si la comida sabía a algo era porque no habían fregado nunca el tenedor. Recuerdo que le sacamos al tipo los quinientos dólares que debía y una confesión en blanco del asesinato que eligiéramos en las siguientes dos semanas. Supe que había encontrado mi vocación.

También mi vida personal ha dado un vuelco: los desengaños me han hecho distanciarme de las mujeres. A cambio, ahorro mucho en mentiras. Comprendí que en los últimos años solo había dicho la verdad cuando andaba corto de mentiras. Hubo momentos que todo era tan falso que para decir una verdad tenía que inventarla. Fue la época en que comencé a beber y a acudir al Korova. Ahora bebo mucho y sólo. Hablo poco. De hecho no hablo casi nada porque me quita tiempo para beber. Bebo tanto que las resacas que tengo ya no se corresponden con las borracheras. Tengo la sensación de que algunas noches, cuando vuelvo a casa, por descuido me llevo a casa la resaca de algún otro cliente.
Pero he aprendido a vivir y a aceptar mi vida desde la barra de un bar. A tener largas conversaciones en las que la única verdad que se dice son los silencios. Y he aprendido a conocer a la gente que frecuenta los bares, a catalogarles al primer vistazo. Aprendes a diferenciar al tipo que toma una copa al salir del trabajo, antes de llegar a casa, del bebedor profesional que sólo está en casa cuando el camarero le sirve su ginebra sin preguntar la marca. Igual que se diferencian las coristas de esas otras mujeres que se dejan ver de vez en cuando, esas que aunque en un incendio no saldrían de casa sin dejar la camas hecha, vienen al Korova buscando al tipo con el que su marido pueda sorprenderlas en la cama.
Siempre tuve predilección por ese tipo de mujeres que conocí en el Korova. Esas que, aunque durmieran en cama ajena, llegaban a casa a tiempo de desayunar con sus hijos mientras les resbalaba por los muslos los restos de la pasión de la noche anterior.

Sí, mi vida ha cambiado mucho. Es cierto que no tengo una familia, pero sería injusto quejarme por ello, cuando he pasado casi todo mi vida mereciendo perderla. Ahora he aprendido a aceptar el precio que he de pagar por la vida que elegí.


— Necesito que me cuiden. Alguien que se ocupe de mí. Que masajee mis músculos, que alise mis sábanas.
— Cásate.
— Lo necesito sólo por esta noche.

Ned Racine (William Hurt) y Matty Walker (Kathleen Turner) · Fuego en el cuerpo