miércoles, septiembre 12, 2007

Detrás de algunos hombres...


El dueño del Korova, Dave Manilow, estaba harto de repetírmelo: detrás de cualquier tipo del Korova sólo puedes encontrar la ausencia de una gran mujer. Como a toda verdad irrebatible, siempre intenté ponerle estorbos, pero Dave sabía encontrar ejemplos.

Uno muy claro es el de Lorraine, y también el de Linda Mantovano. Sean Pallister se casó con ella tan rápido, nada más verla, que aquello estaba casi tipificado en el código de circulación. Esa mujer era de buena familia, acostumbrada al tipo de vida que el pobre Sean sólo le podría ofrecer por la tele algunas noches. La recuerdo en la barra del Korova como aquella pizpireta chica que tenía por mayor preocupación de su vida, combinar sus malditos ojos azules con la aceituna del martini. Y lo hacía con facilidad, tanta como con la que canjeó a Sean por el segunda base suplente de los Red Sox.

El caso de John Black fue extraño. Él era un bebedor empedernido, de los que se toma hasta el pulso, y cuando su mujer le ayudó a cambiar el Bourbon por el zumo de arándanos casi le costó una demanda de la marca Jack Daniels. Cuando Johny comenzó a jugar y a pasar las noches abrazado al póker, Megan le llevó de nuevo por el buen camino. Incluso cuando una jovencita mejicana le sedujo y le dejó conviviendo con una familia completa de ladillas, Megan quiso perdonarle. Pero poco tiempo después, cuando Johny parecía candidato al esposo ideal, ella le dejó. “Tu vida se ha vuelto demasiado monótona. Previsible” le espetó una noche.

Pero de todos los casos de esposas, siempre me intrigó el de la cuñada de Dave, Cora Gerson. Conocí aquella mujer en el 35, cuando se casó con Pit Manilow y al poco tiempo llevaban treinta y siete años casados. Pero la imagen de aquella mujer se deterioró de una forma increíble. Su aspecto era tan descuidado que cuando Dave la tuvo trabajando en el Korova aquello resintió el negocio. Daba la impresión de que cuando entraba a los urinarios no los limpiaba, se los bebía. ¡Dios santo, muchacho!, su apariencia era tan desagradable que sus tres primeros ginecólogos acabaron dejando la profesión. Pero Cora Gerson también abandonó al pobre Pit. La noche en que volvió al Korova, hundido y sin rumbo, crucé unas palabras con él, le pregunté porque motivo le había dejado. Pit me miró casi sin reconocerme, y con lágrimas en los ojos me confesó “Pike, he pasado muchas cosas con Cora. Me ha perdonado muchas estupideces. Pero, muchacho, me dijo que una mujer como ella lo único que no admite, lo único que nunca me podría perdonar, son los celos”.


_ El otro día estaba leyendo un libro...
_ ¡Leyendo un libro!
_ Sí, era sobre la civilización o algo así, un libro estúpido. ¿Se imagina que el libro dice que las máquinas van a sustituir a todos los profesionales?
_ ¡Oh, querida! Eso es algo por lo que nunca tendrás que preocuparte.

Kitty Packard (Jean Harlow) y Carlotta Vance (Marie Dressler) · Cena a las ocho