miércoles, agosto 22, 2007

La puerta número 3



La sala de autopsias del departamento de policía de Cottage Grove huele a éter y crimen de segunda división. El ayudante del forense Jeff Saint sigue pasando lista al cuerpo que reposa sobre una camilla que exige su jubilación con quejidos metálicos. La cara del cadáver miente cuando dice pasar de los 50 años. Su carné de identidad cuenta sólo 38 y dice que se llama Clyde Harper.

En el Korova se aprende que tras un tropiezo se ha de elegir un papel. El jugador de ajedrez reconstruye la partida, jugada a jugada, para localizar el instante exacto, el movimiento incorrecto que provocó la derrota para poder encerrarlo en una celda de la que no podrá escapar; cada batalla perdida es una vacuna que le hace más fuerte y sólo mira atrás para cerciorarse de que no volverá a caer en la misma celada.
El cartero no tropieza, cada error que comete lo envía lejos; Ciudad del Viento, apartado de correos sin número, fuera del área de influencia del remordimiento.
El alquimista, por último, es capaz de convertir cada error en una dolorosa e imborrable cicatriz, una muesca más en el revólver, prueba A1 de la fiscalía, damas y caballeros del jurado.
Clyde Harper eligió la puerta número tres. No hay premio muchacho, gracias por concursar.

En la vida de Clyde Harper no hubo fuegos artificiales ni se viajó nunca en montaña rusa. Su biografía fue una apología del tedio, una sopa de agua. Pese a ello, tras cada error, insignificante o notable, Clyde no pudo evitar dejar un pedazo de sí mismo para girar alrededor del fango en el que se había hundido. Nunca buscó ramas en las que asirse, y sin un compañero de fugas, ni siquiera intentó huir para que el eco del fracaso no le alcanzara. Así que su vida, sin obstáculos ni brusquedades, se fue dirigiendo al infierno. Feliz vuelo sin escalas.
Quizá por eso, a nadie le extrañó encontrar el cuerpo de Clyde sin vida a dos manzanas del Korova en una gélida noche de noviembre. No hubo preguntas cuando se comprobó que no había marcas de violencia en el cuerpo. No fue un escándalo que no se derramara una sola gota de tinta en titulares, nota por palabras, o una maldita esquela en el Tribune para hablar de aquello.

Joe Powell, el veterano forense del distrito reapareció en la sala con las mejillas sonrosadas por una pequeña dosis de Long John, medicamento prescrito por él mismo para aliviar una ciática perenne. Quizá fue la edad del whiskey, quizá la suya propia la que le hizo hablar.
_ Jeff, hay tipos a los que no les mata la ciencia sino la poesía. A Harper hace tiempo que le decomisaron el alma en la aduana a Ninguna Parte. Muerte por causas naturales. Certifica y vete a casa.


– Cuanto más sabes quién eres y lo que quieres, menos aceptas cosas.
Bob Harris (Bill Murray) · Lost in Translation