lunes, marzo 19, 2007

Dos para uno

No es la primera vez que ocurre. Dos vasos en la barra y un solo gaznate. El vaso con dueño tuvo ginebra hace tanto tiempo que ya solo huele a vidrio. En el otro vaso, una copa de Mad Summer de hecho, el hielo desapareció buceando en apnea.
Es la una menos cuarto de una madrugada cualquiera en el Korova; no importa cuál, hace mucho que sigue siendo la misma noche en el club.

… Si alguien hubiera tenido que definir a Ernest Beatty con una sola palabra, esa hubiera sido feo. Su nariz escalena hubiera podido encajar en otro rostro, pero no en aquella pequeña y perfecta esfera que era su cabeza. Tenía las cejas oscuras, gruesas y tan densas, que parecían manchas de hollín. Los ojos estaban tan hundidos que nadie jamás acertó a adivinar su color. Sus labios sólo podían cortar. Su dentadura era una broma de mal gusto.

Beatty era uno de esos tipos que no tenía miedo a decir que tenía miedo a la soledad. Cuando murió su primera esposa guardó luto hasta el panegírico. Desde entonces, se embarcó en una cruzada para buscar una cómplice con la que huir de aquella cárcel.
Las piruetas en el circo, le dijo una vez su padre. Así que sin alardes, en línea recta y sabiendo de antemano que el tiempo de quimeras y retos había muerto, el bueno de Ernest seguía fiel a esa misión.
Una filosofía como otra cualquiera. Como quien se vende a la mafia o mata el whiskey con soda. El único problema es que Ernest recibía periódicamente a una inoportuna huésped, la ilusión. Entonces solía confundir un tic nervioso con un guiño; el número de teléfono en una servilleta con las cartas de Eloísa; veinte dólares y cinco minutos de sudor con el polvo de su vida; una cita a ciegas con el último tren a felicidad.
Es esa ilusión la que le ata sus pies esa noche. Tan fuerte que esos noventa minutos le van a dejar una marca en el tobillo.

… El uno al que apunta la aguja pequeña del reloj de pared nunca estuvo tan solo. Ernest imagina que la manecilla grande, la que apunta al desdichado seis, es una soga que luciría mejor alrededor de su cuello. Nudo italiano. Muy rígido.
No es la primera vez que ocurre. Dave Mannilow saca entonces brillo a su legión de honor de la caridad de barra.
_ Ernie, ese viejo reloj siempre se adelanta.
Beatty, pese a todo, sabe que ya nunca es primavera en su vida y que quizá esta noche, con un poco de suerte, la esperanza se vista de negro para llenar de plomo a la ilusión y a esa maldita rubia a la que esperará toda la noche.


_ No te aguanta nadie. Todo el mundo te odia. Ellos se lo pierden. Sonríe, cabrón.
Joe Hallenbeck (Bruce Willis) · El último Boy Scout

lunes, marzo 05, 2007

Deuda con el destino

Fue la noche que Paul Martin ganó cien de los grandes jugando al póquer en el Korova. Sacó de dios sabe donde un trío de jotas y dejó el club con varios perdedores y a un tipo atravesado por un naipe.

El cadáver se llamaba Peter Fallow y cuando se levantó de la mesa le quedaban las fuerzas justas para no tropezar el cigarrillo en los labios. Sentía afecto por aquel tipo capaz de ganar cinco de los grandes en media hora con la calculada dejadez del que ha perdido mucho más en menos tiempo con la presencia de ánimo intacta para no reprocharle a Dave que su whisky nadara en un vaso de hielo.

Nacido en Londres y periodista, era un tipo exquisito y peculiar que se ganaba la vida escribiendo en uno de los pequeños periódico de Chicago. Adquirió cierto prestigio tiempo atrás, en la hoguera de las vanidades de New York, escribiendo en el City Light, donde inició una sólida relación con el juego de la que ni siquiera la fiel disciplina que exige el alcohol le pudo apartar. Todavía recuerdo la noche que Dave le advirtió que pasaba demasiadas horas jugando al póquer, y su lacónica respuesta. “No creas, amigo. El hipódromo me quita mucho tiempo”. Era también la época del auge de las maquinas tragaperras y Peter estaba tan enganchado que hasta los muchachos contaban que lo habían visto en la frutería pidiendo una manzana, una pera y tres avances.

Hacía semanas que circulaban rumores sobre los avisos de Frank Costello conminando a Peter a devolver el dinero prestado. Por eso cuando vi a Fallow levantarse de la mesa, fatigado, con los hombros derrotados y una pírrica sonrisa maquillándole la cara, tuve la certeza que aquella mano le costaría la vida. Tras el desahucio de sus bolsillos en aquella partida se me acercó a la barra: “Pike, muchacho, hace tiempo que se que vivo de prestado. Tengo la sensación de haber gastado toda la suerte que me acompañó en otros tiempos. Mi vida ha sido un desastre. Ir a la cama con mi primera mujer me arrojaba la sensación de haber estado con un inspector de hacienda. Lo único que mi hija sabe de mi es que soy el tipo que nunca la llevó al zoo, ni la felicitó por su cumpleaños. Se que su madre olvidó recordarme en muchas ocasiones, pero eso no me justifica; elegí una vida donde cualquier mujer se hubiera ahogado en whisky al primer beso. ¿Crees que me importa la deuda que arrastro con Costello? Vamos Pike, hace demasiado tiempo que noto que no debería estar aquí, que estoy deseando que repartan cartas de nuevo”.

A Peter lo encontraron unos días después flotando en el lago Michigan. Un resbalón mientras paseaba, dijo el informe de la policía. Pero Franki Pope, uno de los hombres de Costello, pasó una noche por el Korova y me contó la verdad: “Muchacho, aquel tipo nos esperaba. Dios santo Pike, incluso se ofreció a prestarnos su pistola. Tuvimos la sensación de que nos invitaría a cenar antes de matarle. Esperó hasta el último momento tranquilo, confiado, sereno. Con la seguridad del tipo que guarda un póquer de ases en la mano. Sin lloros ni súplicas. Solamente pidió que te entregáramos una nota”, dijo sacando un papel arrugado de su bolsillo.

Decía la nota: “Pike, amigo, lo único salvable de todo lo que he escrito en los últimos años son los acentos. No tengas reparo. Quema cualquier escrito que encuentres en mi casa. Por favor, Pike, no permitas que incluso muerto, siga siendo un fraude”.

Acaté su voluntad sin problemas. Pero pensé que un tipo duro como Peter Fallow merecía que alguien le recordara.

Un tipo como él merecía una música para no bailar.

El póquer lo juegan los hombres desperados que acarician el dinero. Yo nunca pierdo porque no tengo nada que perder, incluyendo mi vida.
John 'Doc' Holliday (Kir Douglas) · Duelo de Titanes.