jueves, diciembre 28, 2006

CAMARADAS


Ocurría algunas noches en el Korova. Te encontrabas con Deke Thorton, la clase de tipo complicado que solía hablar poco, pero a veces dejaba que los recuerdos le estropearan un excelente whisky.
“Pike, muchacho, la guerra me unió a aquellos chicos en un jodido país lleno de barro del que nunca pensé que saldría andando. Aprendimos a estar unidos, a confiar tu vida en el desconocido de al lado, a darlo todo porque al tipo que acababas de conocer no le alcanzara una bala. Ninguna puta bandera ni ningún jodido himno nos sacó de allí. Estar juntos es lo único que nos mantuvo con vida”.
“Cuando volvimos de la guerra decidimos asociarnos para trabajar, entendamos trabajar en un sentido amplio: éramos ladrones. Durante años robé con ellos y, ¿sabes algo Pike?, éramos muy buenos. Dutch era tan refinado que su percutor escupía acordes; los hermanos Gorch, eran dos locos que no tuvieron en su vida una idea que no estuviera contemplada en el código Penal; el viejo Sykes era un tipo terco y huraño que mantenía un largo contencioso con el agua y el jabón: cualquier serpiente había cambiado más veces de camisa que él; y cuando necesitamos un conductor, encontré un joven, chicano y valiente, Ángel, capaz de cambiar las marchas sin sacar las manos de entre los muslos de alguna chica”.

“¡El gran Dutch Engstrom! Dios santo Pike, era un tipo tan frío que todavía recuerdo aquel reconocimiento en que el médico tomándole el pulso dijo que no podía asegurar que aquel tipo estuviera totalmente vivo. No le tembló el pulso un ápice cuando remató a un guarda que estaba agonizando. Ni le vi. dudar cuando aplastó la cara de aquella empleada del banco que se demoraba en abrirnos la caja. Pero era un tipo de principios que mantuvo su palabra”.
“En unos años reventamos bancos, joyerías e incluso una iglesia. Tuvimos que disparar. Herimos a gente. Unos ladrones, si, pero con reglas; ¡unos canallas, Pike, pero profesionales! Éramos un grupo, camaradas. ¡Dios, como me gustaría estar volver a estar con ellos ahora! Aquellos muchachos eran ladrones de corazón, puros. Robamos y disparamos sin placer ni remordimientos. Tipos duros, de verdad, de los que cuando ríen empiezan a silbar las balas. Llevaba mucho tiempo sin recordarles, sin dejar que aquellas risas con las que se podían partir piedras volvieran a mi memoria”.

“Cuando detuvieron a Dutch supimos que se había acabado. Aquella misma noche nos despedimos y cada uno emprendió su camino. Desde aquel día solo supe que a Ángel le había pegado un balazo de varios millones de dólares la hija de un petrolero. Los hermanos Gorch anduvieron metidos en asuntos de esos que olían a treinta años y un día como poco. E imagino que el viejo Sykes habrá buscado un retiro dorado donde pudrirse con sus ahorros”.
“Hoy he leído en el periódico que a un tal Dutch Engstrom lo hornearon ayer en la prisión de Florida con tres descargas de cincuenta mil voltios cada una. Pike, aquel tipo se fue a la tumba por asesino y por ladrón pero no consiguieron sacarle ni una palabra sobre quienes le acompañamos, ni siquiera le habrían sacado una puta receta para hacer galletas. Se mantuvo digno, porque sabía que nos estaba salvando el pellejo. No dijo nada porque fue fiel a su forma de vida.”

“Pike, no te imaginas como duele saber que a un tipo así su esquela la escribió un maldito forense en el parte médico que le pidió el juez”.
Ocurría algunas noches, en el Korova.


Si hubieras mantenido mi amistad, los que maltrataron a tu hija lo hubieran pagado con creces. Porque cuando uno de mis amigos se crea enemigos, yo los convierto en mis enemigos. Y a ese le temen.
Vito Corleone (Marlon Brando) · El Padrino

lunes, diciembre 11, 2006

Sueños

Dwane Adelman era hijo de una emigrante griega cuya única religión era el silencio. De ella heredó la tez nívea y una mata de pelo negro por la que yo hubiera malvendido mi alma al peor postor. También un rostro anguloso, de líneas perfectas, a escuadra y cartabón, ideal para un antifaz de héroe que no llegó siquiera a probarse. Siempre nos dijo que si heredó algo de su padre, acabó vendiéndolo.

Dwane siempre quiso ser actor, pero nació en Little Italy y no en el North End. Recitaba a Whitman con doce años, pero aquellas Hojas de hierba no podían competir con las que llegaban de Nueva Orleans. A oscuras fue Tyrone Power y Stewart Granger, buscó las minas del Rey Salomón, fue prisionero en Zenda y discípulo del Pirata Morgan. A plena luz, sólo era diestro con el hacha de carnicero. Quería a su esposa, pero había perdido a la mujer que amaba.

Todos pensábamos que Dwane había aparcado aquellos sueños de su niñez. Que había aprendido a claudicar ante la vida. Como cualquiera. Pensábamos que a lo peor, era muy inteligente y más consciente de la infelicidad que el resto, pero que como cualquiera, había cambiado idealismo por resignación y aceptado que sólo era actor y no guionista de su vida. Pensábamos mal.

Una tarde sorprendió al profesor Gus Revert...
_ Nunca abandones un sueño. Es sólo el primer paso para dejar de perseguir el resto. Todo lo que te importaba deja de hacerlo, y cuando te quieres dar cuenta te has convertido en alguien que no conoces. Puede que en alguien a quien detestas.
_ Hay cosas peores, Adelman. No recordar tus sueños. O creer que nunca los tuviste. – El viejo Gus, siempre tenía a mano premios de consolación, medallas de hojalata para héroes caídos.

Era fácil cumplir sueños en el Korova. Un fugaz cruce de miradas con la rubia platino, el contoneo de las nalgas de Minnie bajo su falda de tul, el repentino calor en el estómago y el corazón después de un trago de whiskey. Bajo los efectos de una penúltima copa, me hubiera gustado decirle a Dwane que los sueños son tan frágiles que mueren justo cuando se cumplen. Que como en el poker, merece la pena sentarse a jugar la partida aunque la banca siempre gane. Que toda la vida no es sueño. Que Tyrone Power no era el mismo desde que volvió del frente. Que a la última siempre invito yo.

Cuando quise hacerlo era demasiado tarde. La nota que su esposa entregó a la policía cuando Dwane desapareció era muy breve:
A mis treinta y siete años, con una salud perfecta,
he empezado a vivir…

Quizá nunca sea tarde.”
Poca gente en el Korova comprendió la ironía.


_ Muéstrame un corazón que esté libre de necios sueños, y te enseñaré a un hombre feliz.
_ Pero sólo al soñar, tenemos libertad. Siempre fue así y siempre así será.
_ ¿Tennyson?
_ No. Keating.

McAllister (Leon Pownall) y John Keating (Robin Williams) · El club de los poetas muertos.